Es habitual en la sociedad de hoy en día, que las personas andemos pensando sobre nosotros mismos de manera neurótica y desconectada, en vez de viviendo nuestras vidas conectados a la realidad, y respondiendo a ella sin prejuicios ni barreras mentales.
Conectar con el sentimiento de estar vivo/a, olvidarnos de neurosis y, puenteando la mente reflexiva, conectar con lo divino, pueden ser las claves que necesitamos para anclarnos definitivamente en la realidad y responder a ella.
Quizá aquí las preguntas sean: ¿Qué te impulsa a vivir? ¿Qué momentos de tu vida han sido claves para afirmar que merece la pena estar vivo? ¿Puedes sentirlo ahora? ¿Qué tipo de mundo quieres construir para ti y para los demás? ¿Cuál es el sentido de tu vida?
Y es que… necesitamos otorgarle un sentido a nuestra vida, pensar, sentir y hacer acorde a éste, es decir, vivirlo en realidad, para conectar con la parte más elevada de nosotros mismos.
Tradicionalmente, las distintas tradiciones espirituales han cumplido con esa función. El abandonarse al cumplimiento de una misión, de orientar las acciones en torno al sentido que le hemos dado a nuestra vida, y ser consecuentes con ello, es uno de los elementos claves de la felicidad.
El reto nunca ha sido ni creer, ni descreer, sino más bien darnos cuenta que el ser humano es el único creador de su existencia y es quien determina su realidad.