Situaciones como en las que ahora nos encontramos, son raras oportunidades para afrontar una realidad que permanece oculta y a la que no atendemos en situaciones de normalidad, pero que ahora asoma la patita por debajo de la puerta y nos aterra nada más verla.
Ante una crisis como la que nos encontramos, hay aspectos de la seguridad con la que construimos nuestro día a día, aspectos que entendemos que son la base de cómo es el mundo tal cual lo conocemos que, ahora, de manera totalmente sorpresiva e inesperada parecen tambalearse. De pronto, miedos con los que no contábamos, emergen en nuestras vidas.
Miedos relacionados con temas laborales, de salud, incertidumbre con respecto al futuro, nuevas rutinas que aprender, nuevos peligros que afrontar y que amenazan, no sólo nuestros planes de futuro, sino también nuestro modo de vivir en el ahora más inmediato. Todo esto sin hablar, con todo el cariño y respeto, de los duelos que superar.
El inconsciente de muchas personas está abarrotándose de preguntas acerca de cómo será la vida mañana. Una presión psicológica creciente que, en muchos casos, con buen criterio nos ayuda a ocuparnos en mejorar lo que podemos mejorar para el futuro.
En otras ocasiones, podemos mirar las noticias y sentir ansiedad en el mero paso del tiempo, por la falta o el exceso de respuestas de cualquier tipo, por cómo el vecindario se comporta en esta crisis, por estar tanto tiempo inmóvil… aspectos externos, e internos acerca de nuestras sensaciones en el proceso. Y no nos damos cuenta que pensando en estas cosas, estamos añadiendo directamente malestar en el presente, sin ningún tipo de beneficio a cambio. Un malestar innecesario, que empeora la experiencia de nuestra vida ahora.
Es momento entonces de reflexionar y darnos cuenta que igual que podemos añadir malas sensaciones al presente, también podemos añadir buenas. Que ya que estamos aquí, en la tesitura en la que nos encontramos, podemos aprovechar y apreciar con más intensidad LA VIDA.
Usemos la muerte y la enfermedad como maestros, y aprendamos de ellas. APROVECHEMOS PARA PONER EN VALOR EL REGALO QUE ES LA SALUD Y LA VIDA. La conciencia de que la vida es un regalo de un valor incalculable. Un regalo que está en nuestra mano apreciar. Y si no hacemos nada para darnos cuenta y vivirlo como tal, se nos escapa el momento sin apreciarlo.
Podemos, dentro de nuestras casas, apreciar el regalo que es la vida. Apreciar el aire al abrir las ventanas, movernos, disfrutar de la mucha o poca salud que tengamos, apreciar lo que llevamos puesto con sólo respirar.
Que en estos días, tiene sentido tomar precauciones, pero no tiene sentido vivir asustados. Al contrario, qué mejor momento para sentirnos agradecidos por el mero hecho de estar vivos, y elevar así el valor de la vida en cada persona. Agradecer que podemos cuidarnos quedándonos en casa, y honrar a quien tiene que estar fuera sirviendo al bienestar colectivo.
Entender que cada aliento nos da la posibilidad de sacarle un mejor partido a la experiencia. Que LA VIDA LA PODEMOS VIVIR CON EL ALMA CRECIDA Y CRECIENDO, CUALQUIERA QUE SEA EL LUGAR EN EL QUE NOS ENCONTREMOS. Y que de esta experiencia podemos salir mejores, siendo mejores y más conscientes ahora que sabemos el regalo que llevamos puesto.
Que más allá de la ilusoria sensación de control que podamos tener en cualquier momento, poco sabemos con certidumbre absoluta no sólo acerca del futuro, sino del momento que estamos viviendo. Podemos darnos cuenta que, en la mayoría de los casos, hay un potencial enorme para mejorar nuestra experiencia subjetiva, y que podemos empezar a hacer algo al respecto ahora.
PRÁCTICA
Para experimentar esto, te proponemos que hagas más conscientes tus movimientos, haciéndolos mas lentos, bien sea cuando te desplazas por casa o haces las tareas domésticas. Te invitamos a que tomes el control de la velocidad con la que te mueves, y realices conscientemente tus movimientos. Para ello, puedes hacerlos más despacio de lo que es habitual para ti.
Haciendo esto, te darás cuenta que rompes el automatismo utilitarista con el que normalmente haces lo que haces. Es decir, dejas de centrarte en lo que quieres con el movimiento, en el qué o el para qué, para estar centrado en el cómo lo estás haciendo.
En ese cómo, puedes ser consciente de lo que haces mientras lo haces. Te descubres conciente de ti mismo en la acción.
Así, enlenteciendo los movimientos, puedes parar tu mente, y darte cuenta que hay espacio para, además hacer lo que estás haciendo, añadir, por ejemplo, la conciencia de libertad en el movimiento, un agradecimiento a la vida por estar viviendo esta experiencia, por ser consciente del momento que estás viviendo, mejorar tu autogestión alineando tu acción aquello que deseas vivir en tu vida y…¿qué mas?
Andrés Roca.-