En ocasiones podemos otorgar mayor importancia a personas o instituciones que a nosotros mismos, sin percibir que ese otorgamiento de importancia es algo que hacemos… y que, por tanto, podemos hacer algo mejor que eso.
¿Cuántas veces las personas nos hemos ‘sometido’ internamente a la autoridad del policía, del médico o del jefe, etc.? ¿Cuántas veces hemos otorgado un valor superior a las decisiones de otras personas, desoyendo nuestro sentimiento interno, viéndoles como personas “superiores” en el contexto en el que esos roles actúan y tienen arrogadas sus particulares competencias? En esos momentos… ¿dónde se encuentra uno si no es simplemente tratando de sobrevivir?
Por qué para algunos tiene sentido la letra de la canción que dice en su estribillo: “… sin ti no soy nada…”, mientras otros son capaces entender a su relación con sus parejas como un acuerdo de almas libres que deciden reencontrarse cada día y vivir la frescura del redescubrimiento mutuo.
Es curiosa la variedad que hay en el mundo. Y por esto a veces nos preguntamos si hay algo que sea bueno o malo más allá de quien está juzgando (que es uno mismo). Y a poco que uno/a se fije en la realidad, y dejando de lado idealismos, las respuestas a estas preguntas se muestran tozudas como el yunque en la herrería.
Si miramos sin miedo al mundo podemos darnos cuenta cómo no sólo cada cultura o religión, sino cada persona tiene establecida sus propias reglas, que determinan lo que es correcto o incorrecto para ella… Cada una vive en su mundo… Y tiene una manera de dar sentido a la realidad. Por esto nos preguntamos: ¿Hay algo que sea común a las personas?
En primer lugar… Cada persona da significado a su vida… Consciente o inconscientemente. Y esto es igual para todos. A todas las personas nos mueven los mismos principios… aunque hagamos cosas diferentes para completarlos. Todos vamos al encuentro de la felicidad, tratamos de encontrar sentido a nuestras vidas a nivel individual o colectivo, tratamos de entender mejor el mundo en que nos encontramos… Y de todo esto nos podemos dar cuenta en meditación. Y es que la puerta para conocer al otro… Es el conocimiento de uno mismo… Lo mismo ocurre con el amor.
Por esto, el reto de estos tiempos, más allá del bien y del mal… Está relacionado con aprender a apreciar en cada persona, una manera diferente de Ser Humano. Con sus peculiaridades y matices que la hacen única e irrepetible. Resultándonos cada vez más disfrutable la experiencia de descubrir en el otro, un otro yo.
La meditación que proponemos hoy está relacionada con el silencio interno y el sonido interior… Los pasos son los siguientes:
1..- Elegir una sala silenciosa, esto es especialmente relevante en este caso.
2.- Conectar-crear el canal central como se ha propuesto en otras ocasiones, mediante la meditación del YO SOY, y quedarse ahí durante 8-10 minutos.
3.- Relajar la respiración hasta hacerla inconsciente, y conectar con el sonido interno. El sonido interno se percibe como un pitido o zumbido inicialmente… Quedarse ahí unos 8-10 min.
4.- Pasar a visualizar un reloj de arena en el pecho, de manera que el centro del reloj se ubique en el centro del pecho. Así, al inspirar podemos sentir que recogemos energía desde la espalda, y al espirar la expulsamos por el frente, conectando con un sentimiento de amor que extendemos alrededor del cuerpo y más allá, si lo consideramos oportuno.
5.- Volver a conectar con el sonido interno. Es posible que como consecuencia de esta conexión con el corazón, se modifique el sonido interno, pudiendo llegar a aparecer más intensamente, u otros sonidos como campanitas… un sonido muy similar al llamador de ángeles que se puede comprar en las tiendas, u otros sonidos más allá. Se trata no de buscar sonidos, sino de estar abierto a lo que venga, sensibilizándonos practicando la concentración en el amor en uno mismo.